lunes, 21 de noviembre de 2011

Pequeñas Historias-Técnicas de pesca del “Doctor Mingo”-Dick Keller

Cerca de los años 70 , empecé a ir a pescar a las piedras que están a la vuelta de Playa Chica, es decir, entre esta playa y Cabo Corrientes.


No siempre se podía pescar ahí porque a veces las olas pegaban fuerte y te salpicaban hasta el alma. En los días calurosos, vaya y pase, te sacabas con el solcito, pero de todos modos, era difícil levantar las piezas de entre las piedras sin pegarse algún porrazo.
Todo estaba lleno de verdín, algas y mejillones, piedras afiladas, nada lindo para caerse.
Allí se reunía la fauna habitual de pescadores, turistas de verano y algunos locales más profesionales.
Nosotros estábamos en Mar del Plata desde Diciembre hasta fines de Febrero. Yo prefería ir a pescar antes que ir a perder tiempo a la playa.
Iba en colectivo desde el centro y después bajaba por la escalerita hasta que  ésta se acababa y había que improvisar y descender por donde se podía sin romperse los huesos.
El lugar de pesca todavía tiene como un balcón que es cómodo para lanzar y levantar, había lugar para una veintena de buenos pescadores.

Por buenos, quiero decir, pescadores que lancen bien y recojan mejor, o por lo menos, que acepten la sugerencia de correrse hacia alguno de los dos lados para acomodar la línea para no tener problemas al recoger.
Es un problema para levantar la línea, mucho peor si hay alguna pieza en ella.
Llevaba  algún “sanguchito”, fruta, una cantimplora con agua o jugo, algún chocolate, qué se yo, algo para entretener el estómago.
Había quienes llegaban de noche a pescar desde muy temprano y se iban cuando llegaba yo. Había quienes venían a pescar y tomar sol, había quienes venían a pescar otro tipo de piezas, en fin, Playa Chica daba para todo.
Había un alemán que tenía un Valiant III gris con aire acondicionado, había vivido en Venezuela y estaba acostumbrado a vivir bien. Decía que en Venezuela se pescaban corvinas iguales a las nuestras pero con una técnica diferente. Él lanzaba y después iba trayendo la línea muuuuuy despacito, arrastrando la carnada hasta que llegaba a la zona crítica y tenía que levantar apurado para no quedarse en las piedras.
A veces perdía su línea, pero no se hacía problema. Nosotros, en cambio, defendíamos nuestras líneas recogiendo rapidito, nuestros presupuestos eran diferentes.
Había gente mayor, jóvenes, chicos, alguna novia acompañando al pobre inocente que creía que lo iba a acompañar a pescar toda la vida, todos los pescadores grandecitos sabemos que eso cambia inmediatamente después del casamiento.
Entre todos los habitués de nuestro balcón estaba el Doctor Mingo, así lo llamaban, yo nunca supe si era abogado o doctor en medicina, si ese era su apodo, su apellido  o qué. Era un señor con cara de Siglo XIX, de ojitos celestes, pintón, bronceado, que llegaba un poco tarde, a eso de las 10 de la mañana. Tenía un gorro tipo Gath & Chavez, ropa suelta y zapatillas.   Bajaba desde lo alto a los tumbos, casi cayéndose a cada paso, no era fácil, además de su equipo, carnada y chirimbolos varios también llevaba sus años encima.                                                                         
Creo que no lo ofendo con estos recuerdos ya que el Doctor Mingo ya debe estar pescando del otro lado hace rato.                                                             
Su equipo de pesca era bastante raro. Las cañas, eran de colihue y estaban muy golpeadas, el barniz medio pelado, los hilitos de los pasa hilos deshilachados, los pasa hilos aplastados, la puntera doblada, en fin un desastre.

Sus reels rotativos eran muy buenos, o al menos, lo habían sido, eran extranjeros. Raros también, eran muy angostos, parecían los que usan los mosqueros, con los costados negros grandes como platos de café, las manijas eran de aspecto primitivo, antiguos, pero grandes. Debían tener muchos años de uso, el nylon estaba opaco de raspar contra las piedras, cuarteado, quebradizo, antiquísimo. Aparentemente, no tenían ninguna multiplicación, eran como el dólar de Mendez 1:1, lo que los hacía más ineficientes a la hora de levantar la línea entre las piedras. 











Se parecían a este reel.

Volviendo al lugar de pesca, había un olorcito que era mezcla de carnada vieja mezclado con piel, intestinos y escamas que se habían colado entre las piedras, el límpido olor a mar que incluía alguna alga podrida, algún vaho de pis de los urgidos pescadores que no tenían la comodidad de un baño cercano. Pero, como había bastante viento todo esto era soportable.
Había que aguzar la vista y el olfato para no sentarse sobre alguno de estos temidos restos que inutilizaba la ropa para siempre.
La pasión por la pesca y el deseado contacto con la naturaleza disimulaban  estos pequeños inconvenientes.
El Doctor Mingo tardaba bastante en armar su equipo, una vez encarnados los 3 anzuelos que pendían de nylon retorcido, venía el momento fatal.
El buen hombre recogía el nylon sobrante, apoyaba la línea sobre las rocas, apuntaba hacia el mar, hasta acá ….TODO BIEN.
El pequeño detalle que hacía que su tiro fuera una afrenta al casting era que apuntaba la caña para el costado izquierdo, y todos sabemos, que si la caña apunta para uno de los costados, la línea irá hacia ese costado inevitablemente, JAMÁS  irá derecho. El Doctor apuntaba la caña mal pero miraba derecho, él creía que ese sistema le brindaría un tiro perfectamente perpendicular a la costa.
Estaba equivocado.
Inmediatamente, los que no lo conocían se lo hacían notar para que acomodara su línea de modo de no arrastrar las ajenas cuando la levantara.
El Doctor Mingo les hacía saber que él había lanzado correctamente, lo cual estaba muy lejos de ser verdad. Pero, cómo hacérselo entender?

Por respeto a su avanzada edad, no se lo repetían pero empezaban a ponerse nerviosos.
Anticipaban que cuando quisiera levantar vería su error, pero en ese trámite engancharía todas las líneas de los presentes a un enganche seguro.
Bue, recuerden que dije que tenía 2 cañas, entonces cometía la misma macana doblemente.
Apoyaba una caña y disparaba la otra con igual impericia, logrando un tiro absolutamente espantoso, a veces hasta cruzaba su propia línea.
Cada uno hacía lo que podía tratando de ponerse a resguardo de las técnicas del Doctor Mingo, en silencio iban subiendo y bajando sus líneas tratando de ver cómo evitar contacto con el equipo del Doctor. Cambiaban de lugar, dejaban sus cosas, banquitos, carnada, cuchillo, trapo, a metros de donde ese movimiento los ubicaba, con el consiguiente fastidio.
Mientras tanto, el Doctor Mingo permanecía en su lugar, un lugar que le habían cedido por obligación moral a este hombre que había llegado tarde y se ubicaba donde se había ubicado durante cientos de años. Siempre hay lugar para uno más. Todos se corrían un poco y ahí aterrizaba el Doctor.
Llegaba el momento tan temido, el Doctor decía:
“Tengo pique!”
Clavaba su presa en medio de movimientos espasmódicos propios de un integrante de la murga de “Los Mimosos de Burzaco” y comenzaba a recoger con su reel antediluviano. Como puede imaginarse, arrastraba las líneas de una importante mayoría de distraídos y las encajaba prolijamente entre las rocas, ante la mirada estupefacta de los presentes.
Empezaba a caminar desde una punta a la otra del balcón de roca tirando cañazos de para todos lados, sin poder sacar su línea de las rocas que querían cobrarle un peaje en plomadas, anzuelos y carnada a todos los involucrados.
Todo este proceso llevaba un buen rato. Nadie quería perder un segundo de su preciado tiempo de pesca robado a la familia, al trabajo o simplemente, a la vida.
El Doctor Mingo tenía una teoría tan interesante como ridícula. Creía que si le enganchaba una lata de aluminio a la línea y la dejaba correr hacia el mar, el movimiento de las olas le desengancharía su línea y la recuperaría.
En los años que  sufrí al Doctor Mingo en Playa Chica, JAMÁS pudo comprobar ese soñado resultado.

Más bien agregaba un problema más a un enganche común y corriente ya que la lata iba enganchando las líneas que habían sobrevivido y hacía una madeja solamente solucionable con cuchillo y alicate.
Finalmente, la situación se ponía cada vez peor hasta que algunos de los presentes, para evitar las maléficas técnicas de pesca del Doctor Mingo, le regalaban parte de las piezas que habían sacado y lograban que se fuera a su casa y los dejara pescar en paz.
Los pescados llegaban hechos milanesas porque iban cubriéndose de arena, hojas y papelitos  porque ataba cada una de las piezas a una piola larga y se iba arrastrándolas hacia su Peugeot 404 que lo esperaba mansamente en la curva de la Avenida Peralta Ramos que circunda de la costa de Mar del Plata.
Yo no sé hasta qué punto creer que era un viejito que no sabía pescar….no sería un viejito mañoso que se llevaba pescados sin pescar?
Chau Doctor Mingo, nos vemos dentro de un tiempo, todavía no!

Dick Keller

2 comentarios:

cesar enrique bueno dijo...

Hermoso recuerdo Sr.
Lástima la bajadita de linea al citar la "epoca de Mendez".
Cordiales y respetuosos.

Dick KELLER dijo...

Sí, qué lástima, no?

Tal vez la próxima vez me salga mejor.

Muchas gracias por su sesudo comentario.

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